La Ventana al Mundo es un prisma encantado que refleja los colores del Caribe en todas direcciones. De día, parece una torre de cristal que captura los suspiros del cielo; de noche, se convierte en un faro que guía no a los barcos, sino a las almas curiosas que buscan un símbolo.
Frente a ella, la Aleta del Tiburón se levanta como guardiana de la ciudad, un coloso azul que late al ritmo de los goles y las alegrías de un pueblo que nunca se cansa de celebrar. Quienes las visitan aseguran que, si cierras los ojos y tocas sus bases, puedes escuchar el rugido del río y el bullicio del Carnaval, mezclados en un solo canto.
No son monumentos: son portales donde la ciudad se ve a sí misma, orgullosa, moderna y eterna, como una Barranquilla que siempre se reinventa sin perder la memoria de lo que fue.
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