El Centro Histórico de Barranquilla es un lugar donde las paredes respiran. Las fachadas coloniales, gastadas por el sol y la sal, guardan secretos de marineros que llegaron sin rumbo y de poetas que nunca se marcharon.

En las plazas, las palomas vuelan como si fueran mensajeras de tiempos pasados, llevando cartas invisibles entre la Iglesia de San Nicolás y la Casa de la Aduana. Cuando cae la tarde, los balcones murmuran historias de amores imposibles, y los faroles se encienden solos, como si recordaran la antigua costumbre de iluminar sueños.

Caminar por sus calles no es recorrer piedra y ladrillo: es abrir un libro de páginas vivas donde la historia se mezcla con la música de una gaita que suena a lo lejos. El Centro no es pasado ni presente: es un tiempo suspendido donde todo ocurre al mismo instante, como si la ciudad nunca hubiese dejado de nacer.


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