Dicen que en el Zoológico de Barranquilla los animales hablan en secreto cuando cae la noche. El jaguar, con mirada de rey cansado, cuenta a las estrellas cómo fue señor de selvas infinitas; el flamenco, erguido como un caballero rosado, recuerda los carnavales en los que bailó disfrazado de sí mismo.

Los niños, con ojos brillantes, no saben que cada jaula es un escenario donde la vida ensaya una obra sin final. Hay pájaros que cantan melodías que parecen de otro mundo y monos que ríen como si burlaran al tiempo. Quien camina por sus senderos siente que atraviesa un cuento tejido con plumas, colmillos y memorias de la naturaleza.

El zoológico no es un encierro: es un espejo donde la ciudad reconoce que también es selva, que también es canto y que, aunque olvide a veces, aún late en ella el corazón indomable de la tierra Caribe.


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